La tormenta

Mal camino tuvimos en la pasada guardia cuando volvíamos de la capital tras un traslado no menos complicado.

Y es que ya al salir de Béjar, las nubes que acechaban por la "Peña de la Cruz" auguraban una tarde de truenos y relámpagos. Huíamos de nuestra ciudad, camino de Salamanca dejando atrás un cielo más negro que el túnel del tren cuando tras las tardes de verano los chiquillos de entonces, apostábamos por ver quien entraba primero.

El camino de ida hacia el Hospital Clínico, se hizo tranquilo, aunque no quise preocupar a mis compañeros, sobre lo que nos podía esperar a la vuelta de la capital.

¡¡Y SE CAYÓ EL CIELO, MADRE MÍA!!

Les prometo que después de 17 años en esto de transitar por la N-630, jamás había visto caer tanta agua del cielo, ni tanto rayos a la vez, ni unas nubes tan negras como las que vimos. Y he de reconocer que hubo un rato largo que pasé algo de miedo, como el que pasaba de chiquillo cuando desde la fabril militar cruzábamos al Río Cuerpo de Hombre, tras pasar un kilómetro largo en total oscuridad, entre murciélagos y animales de dudosa reputación.

Era tal la cantidad de agua, que los limpiaparabrisas no daban de sí y hubo de reducir la velocidad hasta el punto de plantearme incluso parar a que "escampara".

Aún así, nuestra médico decía que le gustaban las tormentas, mientras que la enfermera, creo que con más susto que este que les escribe, saltaba del asiento cada vez que un rayo caía cerca de nuestra ambulancia. Por el otro lado, Quique (mi compañero conductor, que ayer hacía labores de técnico) dormido como un cesto en la parte trasera, aseguró (y le creo a pies juntillas) que no se había enterado de nada de lo que había pasado. ¡Como me duermes, Quique!.

Menos mal que pasando Beleña y después de mojarnos por completo tras bajarnos a ver un vehículo volcado en la cuneta, amainó la tormenta, en un día que ya desde la mañana se presentía lo que estaba por venir.

Y es que ayer parecía el fin del mundo. ¡Como si no hubiera llovido nunca!