16 diciembre 2018

El perro y los palillos chinos

Avanzaba la tarde en la base dormitando entre el fin del telediario y la entrada del hombre del tiempo cuando sucumbí. 
Siempre he pensado que la persona que lo presenta debe estar un poco harto de que se le duerma la gente cuando sale por televisión. Aunque como decía mi abuela. -Mira a ver, hijo que ese hombre se quiere meter en casa-. Cosas de un mal de Alzheimer. O vaya usted a saber....
Pues que me quedé traspuesto cayéndose la baba sobre la comisura de los labios. Y tuvo que venir mi compañero a despertarme para un aviso. Entre ponerme las botas y el polar a la vez, la cosa se puso tensa. Sólo podemos hacer una cosa...-me dije-. Pero logré salir airoso a la calle en una tarde fría y húmeda.
El camino nos llevó 22 minutos. No eran noticias buenas. Y pensé que lo mismo en el centro coordinador habrían cogido mal la edad... Puse el GPS en marcha para encontrar la calle antes, y después de un quiebro accedimos a la vivienda. Mal, muy mal se nos dio. No hubo opciones para el paciente que, tumbado en su sofá, parecía dormido. Treinta minutos de reanimación y nada.
En el sillón que había detrás, un perro pequeño con los ojos oscuros seguía nuestros movimientos atentamente y permanecía callado, sin moverse, como si no quisiera irse de allí. -Ten cuidado no te sientes encima de él-, me dijo el médico. Era lanudo blanco y estuvo con  nosotros hasta el final....
Mientras que el médico acababa de rellenar su parte, bajé hasta el río. El Tormes estaba precioso. 
21,00h Salí a buscar cena. Me apetecía comer chino. El chico me dijo que si prefería palillos para comer el arroz. Le dije que no, que para usarlos prefiero hacerlo en privado antes de que mis compañeros se rían de mí.
De vuelta a la base, entre la bruma de mis pensamientos pensé en cómo se puede comer un arroz tres delicias con palillos después de haber dejado a una persona joven, fallecida en su casa. 
- Son cosas de nuestro trabajo, me dije-. Y seguí hacia la base. 
Algún día a alguien le suelto un improperio cuando me diga que trabajamos poco.

10 noviembre 2018

En un rellano de la escalera

De vez en cuando hay alguien en la guardia que viene con el ojo "revirao". Y parece que el día promete. Por la mañana ya avisó de que la guardia podría ser mala.
Andábamos cada uno por un lado en la base hasta que sonó la melodía del teléfono de avisos. Es difícil que la tenga alguien. El Tubular Bells de Mike Oldfield es como un martillo pilón que entra hasta los tuétanos cuando salta un aviso.
- Hola, Béjar. Dime.
- Tenéis aviso. Nos llaman de Atención Primaria que requieren la UME.
- Ok. Dame datos.....
La voz de la reguladora de Emergencias parecía tensa. Lo noté enseguida. 
El médico de hoy suele poner el altavoz para que todos escuchemos donde es. Me parece que es bueno. Así la información la tenemos todos y no se escapa nada.
Botas, Polar, Chaleco... a la ambulancia.
Suena el teléfono otra vez.
- Béjar, dime
- Nos llaman de Atención Primaria otra vez. Que por favor tardéis poco. 44 años y ....
- Bien. Ya hemos salido. 20 minutos, no menos.....
Llueve. La carretera se hace larga y penosa. Hay demasiadas curvas de esas que hay que tomar con tiento y aliento. Siempre me acuerdo de mi compañero Quique cuando se "comió" un jabalí. De noche todos los gatos son pardos. Pero la cosa no pinta bien y el silencio es como una losa pesada que me hace pensar.... 
No nos equivocamos. 20 minutos más tarde llegamos. Hay gente en la calle. Alguien que mueve la cabeza muy nervioso y la ambulancia de soporte.
Entramos al edificio, primer piso, rellano de la escalera. No cabemos todos. Nos ajustamos como podemos. La vecina del primero derecha a la puerta, el equipo de atención primaria y los chicos del soporte haciendo RCP. Cada uno a lo suyo.
Hay una carita que ví según entré por la puerta de la calle, pero sólo un bulto. Unos 6 años. Dos chicos más en el piso superior que les dice la vecina que no bajen.
Todo funciona. Afortunadamente no es todos los días, pero el engranaje de la RCP funciona. Cada uno sabe qué hacer. Es como si la máquina estuviera engrasada.
30 minutos interminables y se acabó. Todo se acabó.
Entramos todos en casa de la vecina que amablemente nos deja, incluso quien se fué. Dejamos libre el rellano mientras los dos niños de arriba bajan a estar con la familia a la calle. Sólo pienso en quien se lo dice. 
Soy cobarde tras la puerta. Luego me vienen fantasmas a la cabeza que no logro que se vayan.
Las nueve de la noche y venimos de un marrón.