24 noviembre 2011

Hola de nuevo

Hacía tiempo que no me pasaba por aquí. No es que no me apetezca, ni siquiera que me haya aburrido de mantener ese estado de semi-abatimiento a la hora de escribir las historias que nos pasan durante la guardia.

Y tampoco que nadie me haya dicho que es mejor dejarlo, que muchas veces transito por esa línea delgada que permite decir lo justo sin temor a ser “cazado” (que cazadores hay, y muchos).

Más si cabe, siento la necesidad muchas veces de poner más historias de las que realmente salen de mi imaginación, poniendo de manifiesto que no todo en esta vida es de color de rosa, sino más bien una “dura vida” como la he titulado en mi blog. Y por ello, nada más que por ello, por esa necesidad de contar lo que se me pasa por la cabeza, es por lo que retomo un artículo nuevo. No os penséis que voy a ser puntual a esta cita, ni siquiera que mi perseverancia sea la norma a partir de ahora, sólo que alguien esta tarde desde Zamora me recordó que sigue entrando en mi blog para ver qué he escrito, y me ha picado el orgullo de contribuir de una manera u otra a que mis amigos sonrían, recuerden, sueñen…

Y hoy decía el paciente que había llegado de milagro al Centro de Salud, que al levantarse sentía como un “ahogo” que llevaba ya unos días padeciendo, pero que se había acentuado hoy.

Al conectar el monitor y seleccionar la edad del paciente, le puse sin temor a equivocarme unos 78 años. ¡qué ingenuo soy a veces! .

- -¡Tengo 89 años!.

Le miré a los ojos y recordé alguien familiar, el mismo ahogo, la misma sensación de falta de aire, la misma piel de haber estado bajo el sol. Me dí la vuelta y salí del consultorio. Todavía le recuerdo, todavía le hecho de menos….