Ya dice Miguel Angel, nuestro enfermero, que tendremos un verano movidito con la zona de El Barco de Ávila.
Ayer noche salimos en dirección al pueblo judiero, de madrugada, cuando los gatos y los malos ladrones andan al acecho. El viaje hacia El Barco de Ávila es complicado, especialmente por la noche, cuando las vacas campan a sus anchas y cualquier animal puede aparecer por entre los matorrales. Por eso cuando llego al puerto de La Hoya, justo pasado el cruce de la estación de esquí de La Covatilla, parece que los sentidos se aguzan para escudriñar atentamente las laderas del monte. Y es que en las dos primeras curvas pasado el límite de provincia, la velocidad debe ralentizarse para no darse de morros contra el terraplén y acabar comiendo algo de tierra. A partir de Palacios de Becedas, la carretera se allana para soltar un pelín el freno y acrecentar un poco más la marcha, no sin antes mirar para ver si el panadero del Palacios anda ya con la tarea, más que nada porque si el paciente anda poco chungo, podíamos volvernos a la base, no sin anter pasar para probar las ricas magdalenas de esta tahona (las cuales recomiendo).
Pues eso, que llegando a El Barco, un par de curvas más antes de cruzar el río Tormes, que este año anda muy subidito de agua. Llegamos a eso de las cuatro de la mañana, y traslado hasta la capital Salmantina.
Hoy os conté el camino hasta el pueblo judiero, -tralarí, tralará-, más que nada por si alguien se molesta....
¡Ah!, y ojo avizor en esta carretera a las alimañas, que las hay...
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