15 noviembre 2015

El gato de escayola

Hoy llegamos justitos, justitos. 
Cuando andábamos dormitando tras la comida, y el "parte" ya nos había informado sobre la masacre de esos malnacidos en París, salimos caminito de un aviso que no tenía buen pronóstico.
Quizá los años te van dando ese olfato de que hay llamadas que son y otras que no. Y esta parecía.
La verdad es que aparqué bien, y salimos con los aperos para la segunda planta del número 2. Cuando entramos por la puerta el nerviosismo de la familia estaba presente, y en la estancia había mucho personal. El paciente, en una agonía lenta, intentaba coger el poco aire que podía entrar. 
Y el gato de escayola nos miraba absorto, en su mundo, con la mirada perdida. Ni siquiera ante el color azul pitufo del paciente salió de su coraza. Y mira que estaba chungo, pero ni por esas. Allí estaba, a los pies de la cama, mirándonos como se intentaba que el enfermo respirara.
Es de esas veces que si llegas tres minutos tarde ni lo cuenta. Eso sí, el gato ni se inmutó. Cogió los papeles que llevaba bajo el brazo y se marchó.
¡Qué huevos!

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